viernes, 20 de febrero de 2009

La manzana de la vergüenza (Cap 4)

Ya instalado en Vila María mi comportamiento cobró una cierta libertad que mi personalidad necesitaba. Cuando se vive en las ciudades medianas, donde muchas personas jóvenes se congregan para estudiar, trabajar y desarrollarse sexualmente, el modo de vivir comienza a cambiar. Y uno se incerta en un "estilo de vida" totalmente distinto.

Por ejemplo, en la vestimenta. En los pueblos sólo vestimos bien en tres ocaciones: para salir a bailar, para dar vuelta los domingos por "el centro" y para asistir a un velatorio.

En cambio, en Villa tuve que vestirme bien todos los días. Al principio me costaba dejar el jogging, las alpargatas y la remera cuello blanco de piquet que me acompañaba desde los actos de la secundaria. Haciendo el máximo esfuerzo adquirí la costumbre de emperifollarme todos los santos días: me ponía mi jean azul oscuro tiro alto Cartujano, combinado con una camisa blanca con cuadraditos marrones y rojos. El toque que pensaba que causaba impacto se encontraba en mi cinto (herencia del abuelo) marrón trenzado y mis zapatos de egresado haciendo juego. Me sentía como un leñador...un tanto suavecito. El pelo peinado con la raya al medio tal cual techo a dos aguas.

Ya estaba listo para comenzar el año lectivo con todo! Cursaba a las 16.30 pm así que decidí comer una manzana antes de ir. Es una costumbre de comer algo sano para poder llegar hasta la hora de tomar la leche.
Camino a la facultad mi estómago comenzó con unos ruidos que acredité a los nervios. Ya entrando a clases pensé que se calmarían, pero mi sorpresa aumentó cuando eran cada ves más seguidos. Con ritmo acelerado mis tripas coreaban: crog, cruggg, croogg...
Me levanté y sentí una puntada en la parte baja de panza. Era mi intestino, que motivado por la manzana, me pedía de ir a confesarme al inodoro.
Mi departamento queda a 6 cuadras de la facultad. Emprendí el largo regreso a casa para poder atrincherarme en el baño. No podía creer los dolores que tenía, cada vez más fuerte y mi panza que no dejaba de hacer ruido...me senté un ratito en el umbral de una casa, y sentí que todo se calmaba, pero de pronto descubrí: al estar en esa posición mi intestino se preparaba para liberar tensiones! De un salto me levanté y seguí mi trayecto. Me quedaba una cuadra para llegar y un retorcijón andaba dando vueltas.
-Un pedo me aliviaría... me dije.
Miré hacia atrás y al ver que no venía nadie dejé escapar el gas.
Cuando regresé a la facu me había cambiado de ropa. Mi compañera Melisa me dijo:
-Ahh te agarró el fresco eh!
-Sí... la verdad que tengo frío. Contesté con tono de poca sinceridad.
Es que la verdad no podía contarle que me había cambiado debido a que cuando solté ese pedo traidor me cagué encima y que por eso me tuve que poner otra ropa. Tuve que caminar una cuadra entera cagado hasta llegar al departamento. Definitivamente el comer sano no es lo mío.

1 comentario:

  1. Psva , comparto tu postura sobre el cambio explosivo que existe entre vivir en un “pueblo” y una ciudad con un movimiento considerable, agreguemos como dato importante el desprenderse de la familia en cuanto a la convivencia diaria, donde uno mismo estabblece sus derechos y deberes, algo a veces difícil de definir claramente.

    Una vez mas te haces dueño de mis risas de la tarde, jajaja con tan solo imaginarme la situación que pasaste, varios hemos sufrido las desgracias instensinales alguna vez, un beso

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