martes, 17 de febrero de 2009

Entre faldas de abuelas regordetas

Crecer en un pueblo de menos de 7.000 habitantes tiene sus ventajas. Todos nos conocemos entre sí, no es necesario conocer el nombre de las calles porque utilizamos nuestro propio GPS: ahí.. al lado de la casa de Bertha, entre la Plaza y la carnicería de los Gómez. Dormimos con las ventanas abiertas en verano, podemos dejar el auto en la calle y hasta en algún descuido nos vamos a dormir y la puerta del patio queda sin llave.

La semanas se vuelven monótonas, siempre y cuando ninguna chica del pueblo soltera haya quedado embarazada. De ser así, veremos a las vecinas más temprano que de costumbre en la vereda para recolectar datos de la que ha caído con su martes 13. Las abuelas son las que más se horrorizan y hasta el cura el día domingo por la mañana se refiere a la pecadora en su sermón.

Después están las fiestas gauchas, las quermeses para recolectar fondos que no sabemos dónde van a parar, la venta de los pastelitos para la cooperadora escolar y así innumerables cosas más.

Vivir en Oliva realmente es un sueño... hasta que la realidad te despierta y vos estás en tu habitación pensando cómo le vas a decir a tu mamá: soy gay...

1 comentario:

  1. SEñor, como le va? Enhorabuena verlo escribir y compartir. Jeje, buen post. Me lo preguntaría yo tb, pero bueh, crecí en un pueblo similar al suyo, solo q tiene más asfalto, es la única diferencia. Besos! lo espero por mi blog!

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